Ir al contenido principal

Carta de un soldado a su madre


Arica, 6 de junio de 1880

Señora
Amelia viuda de Monfort
Cerro de Pasco

Inolvidable madre mía:

Por fin puedo escribirle las líneas que le debo hace mucho tiempo. En primer lugar, para agradecerle las cartas que me ha enviado, todas ellas cargadas de amor, de comprensión, de aliento. Recibirlas, madre mía, no obstante la tristeza de encontrarme a centenares de leguas de distancia, muy lejos de usted, de mi novia y de mi tierra adorada, ha servido para mantener vigente mi ánimo y mi entusiasmo,

Aquellos hermosos días de paz transcurridos en mi niñez y mi juventud, me parecen muy distantes. Mañana cumpliré exactamente trece meses de servicio activo en nuestro Ejército. Trece largos meses en los que aprendí muchísimas cosas. ¡¡Ahora sé que la guerra es el mismísimo infierno!!. ¡Debería abolirse la guerra que no es sino una cruel y salvaje matanza entre seres humanos que deben amarse. La guerra, entre otras infamias, nos aleja de nuestros hogares. Todos los hombres que me acompañan viven suspirando por encontrarse nuevamente con los suyos. Desde que salí de mi tierra, multitud de paisajes he visto desfilar delante de mis ojos. Tierras semejantes a mundos ignotos y extraños; inmensidades que jamás sospeché siquiera que existieran (No me castigue Dios, pero no quiero volver a ver un arenal en lo que me quede de vida). He caminado por los inmensos desiertos de esta parte del planeta, en medio de un implacable sol que por momentos nos hacía ver alucinaciones y espejismos, en noches tan cerradamente oscuras que, a ratos, esperábamos caer en un abismo negro y eterno y que en nuestra desesperación, nos parecía que era mejor así; que era preferible morir, a seguir sufriendo aquella abominable pesadilla. He sentido los labios descomunalmente hinchados por la sed. Aquí el agua es la bendición que muchas veces estuvo muy lejos de nuestros labios. También he aprendido a orar, a trabajar y a combatir. He aprendido a vivir con exaltación, con plenitud, con ímpetu. Han sido necesarios estos largos meses de preparación y de luchas para comprender lo que es un soldado, un hombre. Hoy lo sé muy bien. He mirado a los valientes de nuestra Columna luchar con un valor sin límites, sin una queja, sin una lamentación, no obstante sus heridas, y me he sentido plenamente orgulloso de ellos. He visto a mis hermanos cerreños morir con la sonrisa en los labios, en cuyas pupilas llameaba la luz del heroísmo, mientras la vida les duraba. Y he llorado, madre, he llorado como un niño, al cerrar sus párpados fríos, sin vida, benditos. ¡Diles a nuestros paisanos que la Columna Pasco ha cumplido!. En las faldas del cerro San Francisco, por ejemplo, yo también he sentido la muerte, cuando nos ametrallaban y cañoneaban por todos lados, y mientras el fuego graneado caía en derredor, haciendo que la muerte juegue con nosotros, sentí que algo me protegía. Ahora sé que sus oraciones, que la bendición que me dio usted, me hacían invulnerable. ¡Dios la bendiga, madre mía!.

Hasta ahora el Señor me ha conservado la vida; presiento que será por poco tiempo. Ahora estoy convencido que un hombre que ha recibido este tremendo bautismo de sangre, fuego y dolor, sólo busca en su Salvador la luz eterna de la verdad. Nunca pude pensar que hubiera tantos hombres buenos en nuestra tierra. En estos trece meses de guerra he conocido más hombres generosos y abnegados que en todo el resto de mi vida. He visto a los integrantes de la Columna Pasco, hermanos de mi alma, único consuelo en mi soledad y tristeza, combatir y morir como héroes. Estoy seguro que mañana siete de junio también sabrán luchar como fieras.

En estos momentos, acá en Arica, acaba de finalizar el bombardeo terrestre y naval que nos han dirigido los chilenos, felizmente sin ninguna consecuencia. Han tratado de asustarnos. Hoy más que nunca estamos confiados en la grandeza de nuestros jefes. Imagínese. El coronel que ya peina canas, contestó al parlamentario chileno que vino a pedir nuestra rendición, que pelearemos “Hasta quemar el último cartucho”. Todos los jefes y oficiales lo respaldaron. Nosotros también, claro está. Sabemos que la muerte nos aguarda, pero tenemos que cumplir nuestra palabra. Estamos sitiados y abandonados a nuestra suerte. Todos lo sabemos. Mañana atacarán, pero los estaremos esperando. Tenemos conocimiento que las faldas del morro se están sembrando de minas explosivas; por allí tendrán que pasar los chilenos. Tenemos que valernos de todo, madre, de todo. Ellos son más de seis mil hombres muy bien armados y bien alimentados; nosotros no somos más de mil quinientos (cuatro a uno).

Yo, como sabe usted, conjuntamente con todos mis hermanos de la Columna Pasco, nos hemos aglutinado en el Batallón Tarapacá que esta al mando del coronel Ramón Zavala -rico salitrero tarapaqueño… Ah! le contaré que hasta hace unos pocos días nuestra alimentación dejaba mucho que desear, pero el coronel Alfonso Ugarte Vernal, un oficial tarapaqueño que es muy acomodado, ha dispuesto un gran banquete para jefes, oficiales y tropa.

En este momento todos estamos escribiendo. Avíseles a las madres y a las novias de mis amigos que ellas también tienen sus cartas; especialmente la “Ñahuirona” Clotilde a quien el “loco” Landaver le está escribiendo un testamento. No es para menos. El sabe que habremos de morir, pero quiere alegrar el corazón de su novia. Lo mismo ocurre con Aníbal; le está escribiendo una hermosa carta a su mamita; la señora Panchita. ¡Madre!. Yo quiero rogarle que cuando pase lo que tenga que pasar, acompañe a la ancianita. ¡Es tan viejecita, la pobre!. También si pudiera entrevistarse con la madre del “cholo” Fermín Eusebio, quisiera que le diga que su hijo es un hombre extraordinario. Con su trompeta nos ha alentado y animado aquí en las trincheras. Todos lo queremos. Tiene que ubicarla, madre. Ella es la lavandera de los Campillo y de otros españoles más. Vive en Diputación. Finalmente, le pido con todo mi amor que consuele a Margarita. A ella también le estoy escribiendo, pero sé que de todas maneras va a sufrir mucho. Usted sabe que cuando partí de allá, de nuestra tierra, le prometí que a la vuelta de la guerra nos casaríamos. Que me perdone. Dios no ha querido depararme esa felicidad. Ella habría sido una magnífica esposa. Pídale que me comprenda; que la patria nos exige esta dolorosa separación. Ella sabe que la quiero con todas las fuerzas de mi alma. Que ella es la única mujer a la que he querido en mi vida, pero no pudo ser. Que me perdone y que sea muy feliz.

Esta noche voy a confesar, madre. Estoy esperando mi turno. Ya casi todos lo han hecho; hasta los Candiotti…¡Imagínese!. El padre Rojas está atareado alcanzándonos la absolución por nuestros pecados. El también será el encargado de hacer llegar esta carta a sus manos.

Madrecita mía: Estoy consciente de que me quedan muy pocas horas. Sé que en cualquier momento, a partir de este instante, la muerte vendrá a arrebatarme la vida que usted me ha dado. Por eso, cuadrando mi emoción en palabras, le escribo mis últimas letras. No se imagina el esfuerzo sobrehumano que tengo que hacer para mantener mi pulso firme. No sabe cómo he rogado a Nuestro Señor que me dé presencia de ánimo para resistir la angustia. ¡Despedirse es lo mismo que morir!… ¡Y yo me estoy muriendo, madre!!. Sin embargo, armándome de coraje y pidiéndole a usted que haga lo mismo, le dedico los últimos instantes de mi vida.

Tengo que terminar esta carta. Voy a ocupar mi emplazamiento de combate. Nos ha correspondido una represión de la parte norte del morro de Arica. Allá vamos. Mis últimas palabras son para usted, madrecita, para usted, como lo serán mis postreros pensamientos. Tenga la seguridad que a donde vaya, la estaré aguardando. Sólo tomaré la delantera. Estoy segura que me veré con mi padre con quien la estaremos esperando. Le pido a usted con todo mi amor, que vaya a la tumba de mi padre y ponga en ella, no una, sino dos flores, que serán mis lágrimas de despedida.

Madre mía, le pido, le ruego, le imploro, que tenga mucho coraje para soportar esta prueba que nos da el destino. Ruéguele también al Señor, porque el valor no me abandone jamás, en esta última prueba. Usted reciba junto con mi bendición, el último beso de su hijo moribundo.

¡Que Dios la bendiga, madre mía! ¡Viva el Perú!

Su hijo que la adora

Alejandro 


- Carta del Subteniente de la Cuarta Compañía de la Columna Pasco, Alejandro Monfort, héroe peruano muerto en la Batalla de Arica.


Fuentes:
Pérez Arauco, Cesar - Blog "Pueblo mártir" - "La última carta"

Comentarios

  1. que emoción, leer esta carta, uno piensa que podria decir si hubiera estado ahi y tendria que escribir una carta. El lo grafico muy bien en su escrito. Todo un documento. Un homenaje a los heroicos defensores de Arica.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. La carta es muy emotiva y a mi parecer, refleja la realidad general del combatiente en la Campaña del Sur. Saludos cordiales.

      Borrar
  2. Esos fueron héroes defendiendo la patria..... que emoción leer este escrito.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. y también considero que ademas de defender al Perú, estos héroes concibieron al país y formaron su columna vertebral como nación. Saludos cordiales Lupe!

      Borrar
  3. ese es el pensamiento de un soldado,un patriota al igual de los soldados de las otras guerras y conflictos que tuvo nuestro peru y no olvidar al grupo terrorista de sendero luminoso y mrta que sangro a nuestro pais en los 80 en la que murieron asesinados muchos soldados asi como policias y civiles .MIS RESPETOS Y SALUDOS A LOS UNIFORMADOS QUE EXPONEN SU VIDA EN PELIGRO POR EL PAIS

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Así es, y esa es la tarea principal de la historia: Investigar sobre los acontecimientos pasados para consolidar las bases del presente. Mis respetos y saludos para los que defendieron, defienden y defenderán el territorio nacional frente a cualquier agresión interna o externa. Saludos cordiales.

      Borrar
  4. Me podrías decir cual es la fuente de esta hermosa carta.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola Victor, la carta fue extraída del blog "Pueblo Mártir", del profesor Mario César Pérez Arauco, asimismo, esta carta se encuentra incluida en el libro "Historia de Cerro de Pasco" del mencionado profesor.

      Borrar
  5. que emoción leer este valioso documento de un héroe. Amor puro a su patria y a su familia...

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. y con la resolución de morir por su patria pese a las escasas posibilidades de victoria. La historia no debe olvidar a ningún héroe de ninguna guerra. Saludos cordiales

      Borrar
  6. Honor y Gloria Eterna a nuestros Héroes nunca olvidaremos su valor y sacrificio ..Viva el Perú..

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

La cruz de la Avenida Wilson

Seguramente, muchos de ustedes han pasado innumerables veces por la tan transitada Avenida Wilson o quizás recorrido Jirón Quilca en busca de algún libro de tapa gastada oculto entre pilas de incalculable valor. También, es probable que muchos de ustedes hayan llegado hasta el pequeño parque en forma de triángulo que se encuentra en el cruce de estas dos calles. Los que han llegado hasta allí habrán visto de cerca una pequeña cruz de madera que se encuentra en el primer piso de un edificio moderno. Ninguna placa, ningún nombre. Solo una cruz de madera repintada que oculta un detalle emotivo de la historia de Lima. Plaza Federico Elguera  Luego de las derrotas sufridas en las batallas de San Juan y Miraflores el 13 y 15 de enero de 1881, la capital fue ocupada por el ejército chileno. Esta ocupación generó una serie de protestas y levantamientos dentro de la población que luego sería castigada severamente por los militares chilenos. Muchos peruanos fueron fusilados por rebe

El hombre de la bandera

I Fue en los días en que pesaba sobre Huánuco una enorme vergüenza. No sólo era el sentimiento de la derrota que los patriotas huanuqueños devoraban en el silencio conventual de sus casas solariegas; era el dolor de ver impuesta y sustentada por las bayonetas chilenas a una autoridad peruana, en nombre de una paz que rechazaba la conciencia pública. Un viento de humillación soplaba sobre las almas. Era demasiado para un pueblo, cuya virilidad y soberbia castellana estuvieron siempre al servicio de las más nobles rebeldías. Era lo suficiente para que a la vergüenza sobreviniera la irritación, la protesta, el levantamiento. Pero en esos momentos faltaba un corazón que sintiera por todos, un pensamiento que unificase a las almas, una voluntad que arrastrase a la acción. La derrota había sido demasiado dura para entibiar el entusiasmo y el celo patriótico, pero al lado del espíritu de rebeldía se alzaba el del desaliento, el del pesimismo, un pesimismo que se intensificaba al ver

La batalla de Huamachuco

El 10 de julio de 1883, en el departamento de La Libertad, se libró la batalla de Huamachuco. Este enfrentamiento entre fuerzas peruanas y chilenas decide el fin de la Guerra con Chile ya que es la última batalla de gran importancia librada en la Campaña de la Sierra, también conocida como Campaña de La Breña.  El 7 de julio, días antes de la batalla, el Ejército peruano llegó a la llanura de Tres Ríos, a pocos kilómetros de Huamachuco. En este lugar, el general Andrés Avelino Cáceres convocó a una Junta de Jefes con el propósito de llegar a un acuerdo sobre qué decisiones tomar: presentar batalla contra los chilenos que ya se encontraban en Huamachuco o seguir evitándolos hasta encontrarse en mejor número de hombres y armamento. La segunda opción parecía ser la más razonable, pero seguir con las sacrificadas marchas por los Andes afectaba terriblemente la moral de la tropa. El número de muertes por enfermedad y fatiga crecía día a día, y era muy común ver cruces blancas en la