Ir al contenido principal

Un brindis por Grau


Una anécdota sobre un encuentro entre oficiales de la Marina de Guerra de Argentina y Chile, y la situación que vivieron tras un singular brindis.


Habíamos guardado silencio, acerca de un incidente que ocurrió en el Club Valparaíso, por respeto a nosotros mismos, pero ya que él ha salido de los linderos de la conversación, no podemos resistir a transcribir un suelto que acerca de ese suceso encontramos en un diario de Santiago, “El Independiente”. 

Decía pues, que el cónsul argentino ofreció una comida a la oficialidad de la cañonera a la cual no asistieron los jefes de nuestra Marina que habían sido invitados, pero sí, el Comandante General y oficiales. 

En ella se gastaron las mismas cariñosas atenciones, la misma franca cordialidad, la misma fraternidad abierta que siempre han encontrado nuestros huéspedes desde que entraron por primera vez en aguas chilenas, al fondear en Punta Arenas, y que han encontrado después en Talcahuano y en Valparaíso. Cuando se retiraron de la mesa del Cónsul, uno de los presentes propuso ir a vaciar la última copa de champaña al Club Valparaíso, el centro social más escogido tal vez de nuestra ciudad. 

Aceptada la invitación, se dirigieron todos al club, donde los marinos argentinos fueron presentados a los que allí estaban y donde se les atendió con la misma galantería, mientras se preparaba rápidamente la cena. Una vez en el comedor y llenadas las copas de champaña, el caballero chileno propuso vaciarlas en homenaje a un guerrero americano que simbolizaba la fraternidad de Chile y la Argentina, y cuyo nombre glorioso, que vivirá siempre en la historia y en el corazón de los dos pueblos, sería perpetuo lazo de unión para ambos: un brindis por el general San Martín. 

Como se ve, ningún recuerdo podía ser más cortés ni más oportuno en aquellos momentos en que se festejaba a oficiales de guerra argentinos. Se evocaba una gran figura de una epopeya común a Chile y aquella república, y se colocaba así, en momentos de expansión y de afecto, a chilenos y argentinos a la luz fraternal de una gloria común. 

Levantóse para contestar el brindis, uno de los marinos argentinos y pidió una copa por otra figura inmortal de la historia americana, por un héroe legendario, cuya gloria bastaba por sí sola para dar honor a un continente, por un marino que debió alumbrar al mismo océano en la reciente guerra del Pacífico, por uno de esos guerreros sublimes, ante los cuales el sentimiento de nacionalidad desaparece para dejar sólo en el alma el sentimiento de admiración.

Todos veían ya brillar a flor de labios del marino argentino el nombre de Prat, y con la copa levantada esperaban que fuera pronunciado ese nombre augusto y querido, para dar expansión a los sentimientos generosos del entusiasmo y la fraternidad. 

El marino argentino, continuó diciendo: “Por un héroe eminentemente americano, por el inmortal marino a quien todos los que seguimos la carrera del mar debemos de tomar como ejemplo y como modelo: señores, por Miguel Grau”. 

Difícil sería pintar la impresión que causaron estar palabras; una bomba que hubiera caído en medio de la sala, no hubiera producido un movimiento igual de estupor.

Las copas volvieron a caer llenas sobre la mesa y pasado el primer momento de asombro, que casi no había dejado lugar a la indignación, circuló naturalmente por los asientos un aire amenazador, duramente reprimido por el hidalgo sentimiento de encontrarse los ofendidos dentro de su propia casa. 

El mismo comandante argentino, quedó sorprendido de la inesperada salida de su oficial y notando la impresión desastrosa que sus palabras habían producido, trató de salvar aquella situación imposible y dijo: “Señores, mi compañero se ha equivocado sin duda; poco habituado a los nombres, ha confundido seguramente el de Grau con el de Prat; su intención ha sido pedirnos una copa por Arturo Prat”.

La explicación no era excesivamente aceptable, pero el autor del brindis se encargó de poner en claro las cosas: 

“No, señores. -insistió- He dicho Miguel Grau y no me he equivocado, mi intención ha sido una copa por Miguel Grau".

Aquello pasó de los límites de lo posible. Con secas y breves frases de protesta, todos se retiraron de la sala. Era el único camino que quedaba, si no quería darse a esa absurda escena un desenlace sangriento. La cadena de la hospitalidad ató muchos brazos que en otras circunstancias, se habrían levantado como el rayo en pos de la ofensa”.

"El Heraldo", Valparaíso, 25 de febrero de 1889.







Fuentes:
Moya Espinosa, Reynaldo – Blog “GRAU - El peruano del milenio” - Otros reconocimientos y brindis por Grau.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

La cruz de la Avenida Wilson

Seguramente, muchos de ustedes han pasado innumerables veces por la tan transitada Avenida Wilson o quizás recorrido Jirón Quilca en busca de algún libro de tapa gastada oculto entre pilas de incalculable valor. También, es probable que muchos de ustedes hayan llegado hasta el pequeño parque en forma de triángulo que se encuentra en el cruce de estas dos calles. Los que han llegado hasta allí habrán visto de cerca una pequeña cruz de madera que se encuentra en el primer piso de un edificio moderno. Ninguna placa, ningún nombre. Solo una cruz de madera repintada que oculta un detalle emotivo de la historia de Lima. Plaza Federico Elguera  Luego de las derrotas sufridas en las batallas de San Juan y Miraflores el 13 y 15 de enero de 1881, la capital fue ocupada por el ejército chileno. Esta ocupación generó una serie de protestas y levantamientos dentro de la población que luego sería castigada severamente por los militares chilenos. Muchos peruanos fueron fusilados por rebe

El hombre de la bandera

I Fue en los días en que pesaba sobre Huánuco una enorme vergüenza. No sólo era el sentimiento de la derrota que los patriotas huanuqueños devoraban en el silencio conventual de sus casas solariegas; era el dolor de ver impuesta y sustentada por las bayonetas chilenas a una autoridad peruana, en nombre de una paz que rechazaba la conciencia pública. Un viento de humillación soplaba sobre las almas. Era demasiado para un pueblo, cuya virilidad y soberbia castellana estuvieron siempre al servicio de las más nobles rebeldías. Era lo suficiente para que a la vergüenza sobreviniera la irritación, la protesta, el levantamiento. Pero en esos momentos faltaba un corazón que sintiera por todos, un pensamiento que unificase a las almas, una voluntad que arrastrase a la acción. La derrota había sido demasiado dura para entibiar el entusiasmo y el celo patriótico, pero al lado del espíritu de rebeldía se alzaba el del desaliento, el del pesimismo, un pesimismo que se intensificaba al ver

La batalla de Huamachuco

El 10 de julio de 1883, en el departamento de La Libertad, se libró la batalla de Huamachuco. Este enfrentamiento entre fuerzas peruanas y chilenas decide el fin de la Guerra con Chile ya que es la última batalla de gran importancia librada en la Campaña de la Sierra, también conocida como Campaña de La Breña.  El 7 de julio, días antes de la batalla, el Ejército peruano llegó a la llanura de Tres Ríos, a pocos kilómetros de Huamachuco. En este lugar, el general Andrés Avelino Cáceres convocó a una Junta de Jefes con el propósito de llegar a un acuerdo sobre qué decisiones tomar: presentar batalla contra los chilenos que ya se encontraban en Huamachuco o seguir evitándolos hasta encontrarse en mejor número de hombres y armamento. La segunda opción parecía ser la más razonable, pero seguir con las sacrificadas marchas por los Andes afectaba terriblemente la moral de la tropa. El número de muertes por enfermedad y fatiga crecía día a día, y era muy común ver cruces blancas en la